Qué tal chavales, ¿Cómo va la vida?
Aquí todo sigue de escándalo. Como os contaba en el post anterior, en la semana 20 (19/03-25/03) estuvimos hasta el jueves 22 por la mañana en casa de Juan. Como siempre, echándole una mano en pequeñas cosas, pintando y redecorando la casa en Queenstwon.
Esos últimos días en casa de Juan fueron mucho más tranquilos y disfrutamos para descansar y preparar “er viajaso” que teníamos por delante.
Llegó el jueves, nos despedimos de Juan, Claire y Ethan y pusimos dirección a la parte sur del país. Aún no teníamos ni idea de lo que nos íbamos a encontrar, y vaya sorpresa. Empezábamos las dos mejores semanas que hemos tenido en la isla sur, la parte más espectacular y donde más hemos disfrutado.
Creeréis que soy un exagerado cuando os digo que es la parte más bonita del país, pero es que…si lo que habíamos visto era bonito esto es una puta locura.
Desde que dejamos la casa de Juan hasta hoy domingo 1 de abril, hemos hecho desde Queenstown hasta Dunedin. Lo que viene a ser todo el sur de oeste a este. Para que lo tengáis más gráfico os dejo el recorrido más abajo.
El primer día pusimos dirección a Milford Sound, habíamos reservado un crucero de 2 horas donde te da un paseazo por todo el fiordo. La noche previa al crucero pasé la noche más fría de mi vida, casi no pudimos dormir y nos levantamos con escarcha en los cristales y con una de las puertas bloqueadas/helada. Me levanté pensando que si era así todo el sur íbamos a tener que acelerar el ritmo sino queríamos fliparlo en colores y eso que aún no estamos en invierno. Por suerte, las noches siguientes fueron mucho mejor, dormimos como siempre, calentitos y sin escarcha.

Dormimos en un camping rodeado de montañas nevadas. Precioso. ¿Qué os parece?
Después de calentar el coche y calmar nuestro tembleque salimos para el crucero. El camino hacia allí me encantó. Muy muy bonito. Incluso tuvimos la suerte de cruzarnos con unos keas por el camino, que son unos loros de montaña que sólo viven en Nueva Zelanda.

Fuimos afortunados y nos hizo un día perfecto para ver el fiordo y sus cataratas. Jeanne y yo nos quedamos fuera del barco todo el viaje disfrutando del paisaje.




Una vez terminamos, hicimos un par de paradas más. Key Summit, para añadir otro trocito de la caminata del Routeburn a la «butxaca» y fuimos a visitar el puente colgante más básico de la historia de los puentes. 3 hilos de acero y a cruzarlo como un buen equilibrista.

Tengo que reconocer que daba un poco de acojone al principio, pero luego estuvo chupao.


El día siguiente al crucero fue tranquilito porque el domingo comenzábamos una ruta circular de 60 km en 3 días. Se trata del Kepler Track, de la que ya hablaré con más profundidad en otro post. Ha sido de las experiencias que más me han gustado en este viaje, sino la que más. 20 kilómetros al día, durmiendo en la tienda, un par de noches lloviendo, caminando en las cimas de las montañas y admirando el paisaje. Increíble.


Después de pasar la noche que más nos llovió, hicimos la mochila antes de salir de la tienda y fuimos a desayunar unas cuantas bananas.
Para nuestra sorpresa, cuando volvimos con el estómago contento a por la tienda, teníamos un Kea posado en la tienda, esperándonos. Mientras ordenábamos la tienda se quedó un ratillo más por ahí picoteando por los alrededores.
El día más espectacular de la caminata fue el segundo. Caminamos por la cima de las montañas durante 4 horas casi. Fue un día duro, sobre todo la bajada que duró casi dos horas, pero mereció cada paso que dimos. Tanto este día como toda la ruta fue una experiencia muy bonita.


Al terminar el Kepler nos pegamos un duchazo de esos que te quedas agustico y dormimos como dos bebés que llevan un poquito de coñac en el chupete. Cosa fina.
Descansamos bien y no dimos tregua al coche. De buena mañana, repostamos comida y gasolina y seguimos el viaje hacia nuestra siguiente parada, Catlins, la región donde más he disfrutado de la fauna de Nueva Zelanda en los 5 meses que llevamos aquí.
De camino nos paramos en otra cueva, esta vez íbamos preparados con nuestras 4 linternas para evitar la experiencia en Cave Stream de hace unas semanas atrás. En esta cueva no había riachuelo, aunque si agua y un camino un pelín más complicado de hacer, techos muy bajos, cuestas en las que había que trepar, otros momentos en el que tenías que hacer equilibrio para no caer al agua, en fin, estuvo muy divertido y relajamos piernas de los últimos 3 días.


Empezamos en Curio Bay, donde hay una colonia de 20 delfines Héctor (los más pequeños del mundo) viviendo en una de sus playas. Habíamos oído que en verano era fácil encontrártelos por allí e incluso bañarte con ellos, pero como estamos ya en otoño no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar.
Nos bajamos del coche, anduvimos un poco y ahí estaban, haciéndose unos largos por la orilla. Teníamos muy claro que si los encontrábamos nos íbamos a meter en el agua si o si, por muy fría que estuviese. Y eso hicimos, poco a poco nos fuimos para adentro, pasamos el momento genital clave y ahí estábamos, nadando con delfines. Fue una de las mejores sensaciones que he vivido. Compartimos olas y pasaban al lado de nuestras piernas, uno dio un saltito, en fín, espectacular. Lástima que no tenga una cámara que grabe bajo el agua, aunque esto será inolvidable.

Nos fuimos con una sonrisa de oreja a oreja a pegarnos una ducha caliente para calentar el cuerpo. En esas aguas se aconseja bañarte con neopreno pero ¿a quién le importa el neopreno habiendo delfines?
Por la tarde fuimos a un mirador que podías ver pingüínos de ojos amarillos. Únicamente vistos en Nueva Zelanda. Estuvimos esperando un par de horas hasta que por fin uno se dejó ver en la orilla, ya de vuelta para alimentar a las crias.

Días más tarde vimos 5 pingüinos más en diferentes puntos del sur.

Los últimos animales que conocimos en Catlins, y los más imponentes, fueron los lobos marinos. Yo pensaba que iban a ser como las focas, pero ni de broma, son como osos inofensivos y pasotas (a no ser que les toques mucho las aletas claro).

Estuvimos un buen rato en una playa observándolos y acercándonos bastante. Me impresionó lo suyo ver estos bicharracos acuáticos que se alimentan de pingüínos, calamares, pulpos y peces medianos.
Para cerrar la región de Catlins fuimos a curiosear a un loco de la creatividad. Un inventor que durante toda su vida ha reciclado para fabricar sus creaciones, que son una obra de arte y de ingenio. Mi preferido fue un piano al que había conectado sus teclas con aparatos, muñecos, radios, instrumentos, todo con la intención de crear un sonido al pulsar cada tecla. En fin, tétrico y cachondísimo al mismo tiempo. No tengo fotos para hacerle justicia a sus invenciones, pero ahí va un par del lugar:


Al día siguiente pusimos rumbo a Dunedin, una ciudad que no esperábamos muy bonita por lo que nos habían contado pero nos encantó. Es la única ciudad hasta ahora que hemos visto con algo de arquitectura de 200 años de antigüedad. Estaba muy ambientada y tenía de todo. No sé a mi me pareció que tenía su puntito.


Y hasta aquí familia, desde un free camp os escribo sin saber cuando podré publicar este post que seguro llegará unos días tarde.
Los próximos 5 días vamos a terminar la isla sur por completo y vamos a intentar buscar trabajo en Christchurch.
Nuestra idea es trabajar lo máximo posible, ahorrar y terminar Nueva Zelanda con algo de ahorrillos para darnos el último garbeo por el sudeste asiático antes de llegar a casa en unos meses.
Nos vemos en dos semanas,
Un abrazo desde el paraíso
IMPRESIONANTE y EMOCIONANTE….fotos increibles pero más aún los recuerdos de estas experiencias para toda la vida en vuestras fibras nerviosas!!….chicos sois unos aventureros intrépidos. Un beso enorme para los dos. Bisous et prendre soin de vous. xx
Hola chicos, me encanta leer cada uno de vuestros episodios; pero éste es excepcional. Lo describes tan bien, que parece que estás ahí. Lo de los delfines, el kea haciendo os compañía, los lobos marinos, vuestra espera para ver el pingüino, la ruta por la charnela de las montañas……..Espectacular. Un fuerte beso para los dos